Rescate de países, intervenciones de bancos, deuda pública, recortes de gasto, pero, ¿qué hay de Mr. John Smith o del Sr. Juan Español?, ¿qué pasa con ellos?. El pasado día 17 de Diciembre el Presidente del BCE habló de ‘dolorosos progresos’, dolorosos e inevitables, pero reparen en que todas esas referencias lo son en pronombre neutro y realizadas en oraciones sin sujeto.

Sobre el papel el rol que juega la ciudadanía es decisivo, fundamental, único: cada cierto tiempo vota a unos partidos políticos en unas elecciones de las que surgen unos representantes de ese pueblo en un ámbito nacional o local, o incluso transnacional, y esos representantes hacen y deshacen leyes y normas que afectan al día a día de las personas que han participado en el proceso del que han salido elegidos, y, a su vez, eligen y cesan a cargos que se ocupan de tareas con implicaciones  de enorme alcance. Y la mecánica es esa, existan sesgos determinados por lobbys o no existan.

Es así desde hace décadas y que así fuese costó mucha sangre y muchos sufrimientos, vale, pero una vez esa gente, ese pueblo, esa población, esa ciudadanía que ha hecho posible esa figura denominada democracia, se torna invisible y pierde toda posibilidad de influencia, independientemente de que quienes gobiernan estén siguiendo aquello que prometieron seguir, e independientemente de que quienes votaron lo hicieran muy bien informados de a quien y elegían o no, la figura queda vacía de contenido.

En otras palabras, una vez legitimado alguien o álguienes que deben ser elegidos por una gente, por un pueblo, por una población, por una ciudadanía, esa gente, ese pueblo, esa población y esa ciudadanía se vuelven hoy innecesarios hasta que dentro de los años que marque un texto denominado Constitución, vuelvan a ser necesarios para legitimar a unos nuevos representantes a fin de poner nuevamente en marcha el proceso.

Y todo eso fue calificado de logro porque antes quien decidía era alguien que podía decidir porque recibía en la Tierra parte del poder de Dios por lo que quedaba facultada/o al ser hija/o de otra/o como ella/él, lo que le permitiría facultar a su vez a su descendiente para que perpetuase el proceso. En esas circunstancias, el protagonismo de la gente, del pueblo, de la población, no de la ciudadanía: no existía tal figura, era nulo, tan sólo el de servir a esa figura que gobernaba ‘Por la gracia de Dios’ y a quienes esa figura designaba.

Si analizan los últimos dos mil años de Historia verán que la gente, el pueblo, nunca pintó absolutamente nada porque su significación fue nula. El pueblo sirvió para morir en las guerras que organizaban quienes se disputaban un poder que siempre era limitado; sirvió para contribuir a la riqueza de señores cuyo poder ostentaba alguien a quien se asumía Dios se lo había dado; sirvió para nutrir la acumulación de unos pocos que se habían hecho con unos medios de producción a través, en innumerables ocasiones, de métodos que hoy serían considerados ilegales; sirvió para aclamar a quienes mandaban sin decidir nada porque, ¿cómo iba a poder decidir o simplemente argumentar algo quienes reclamaban pan pudiendo degustar croissants recién hechos?.

Luego, un día, la evolución de las cosas, el devenir de la Historia, y una vez agotado todo el recorrido anterior, hizo que aquel pueblo -hasta hacía unos años lumpen, chusma- convertido ya en ciudadanía, pasase a ser necesario, fundamental a fin de absorber una creciente capacidad productiva de todo a través de su consumo.

Para ello fue preciso que esa ciudadanía se sintiese participe, se notase protegida, y se supiese necesaria, y para ello a esa ciudadanía se le dio la democracia participativa, el modelo de protección social, y un empleo ben remunerado e indefinido. Y, además, se le dio acceso a los medios para financiar ese consumo cuando su salario se demostró insuficiente, y más además, periódicamente se le recordaba lo fantástica y guapa que era. Y como colofón se le vendió la idea de que todo eso lo había conseguido con su lucha y sus reclamaciones.

Ahora todo aquello se ha ido porque aquella forma de hacer se ha agotado, y lo que queda es lo que siempre hubo: unos recursos limitados, y una población que es parcialmente necesaria para hacer lo que sea necesario hacer, con una diferencia respecto al pasado: que una tecnología crecientemente más sofisticada, más barata y más fácil de utilizar, hará cada vez menos necesaria para producir a una ciudadanía que tampoco será necesaria para consumir unos bienes cuya oferta irá a menos porque ninguna falta hará que vaya a más, ni para votar aquello que no haya otro remedio que hacer.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull. La carta de la bolsa