Recibí recientemente un mail.

“Como se que le gusta conocer historias de la calle, le comentaré lo que me pasó hace un par de días. Vivo en (nombre de una localidad española). Fui a la peluquería a cortarme el pelo. Desde hace dos años la clientela ha ido disminuyendo por lo que ya no hace falta reservar con antelación (todavía es necesario llamar porque todos los días no abre debido a la falta de clientes).

Como normalmente estamos solos, el propietario y yo solemos comentar la situación económica del país. Esta vez me dijo nada más entrar: “(Nombre de persona), cada vez que vienes el país está peor. Tiemblo al pensar cómo estarán las cosas la próxima vez que vengas a cortarte el pelo”.

Me contó que ya no abría muchas mañanas y que se iba a la empresa de un amigo a hacer horas de comercial (no le pregunté a qué sector pertenecía). El problema que veía es que la gente no consumía nada. “Los negocios ahora están vacíos en horario comercial -me dijo- mientras visito clientes, nadie entra en sus negocios; ni siquiera a curiosear.”

Hablando de su peluquería, se quejó que la competencia estaba poniendo unos precios ridículos (en el barrio, otras peluquerías ofrecen cortes de pelo de caballero por 5€). Con esos precios, decía, apenas se podía sacar dinero para sobrevivir.

Acababa de venir del gestor y venía indignado. Los ingresos le habían bajado, el IVA estaba al 21% y no se podía deducir ningún gasto ya que era propietario del local. Le pregunté si no se había deducido los gastos de los productos. La respuesta que me dio es lo que me ha impulsado a escribirle este correo.

“El mes pasado no compré productos porque con tan pocos clientes no hago gasto. Pero me pasó una cosa curiosa: me visitó un representante de (nombre de una multinacional de productos de peluquería) a los que debía 800 € de unas facturas pendientes. Me ofrecieron un trato; si me comprometía a hacer pedidos todos los meses, aunque fueran de poco dinero, me perdonaban la deuda”.

¿Cómo deben estar las cosas para que el consumo se haya hundido tanto? ¿Acaso los brotes verdes que ven los políticos son los de la marihuana que fuman para evadirse de la realidad?”.

Mi respuesta.

“Lo que Ud. cuenta no es más que la realidad de la calle, no lo que sucede en la planta 27 de un edificio que se dedique al negocio financiero de alto nivel, y eso va a más: Ud. lo dice: no se consume: hay muy poco con qué pagar y hay un exceso de oferta de todo. A eso, en su historia, añada otra cosa: es tan fácil montar en un cuarto de baño una instalación de lavado y en la cocina poner una sección de corte de cabello … Los servicios es el sector que más empleo está destruyendo, cuestión de necesidad”.

Y recodé aquella iniciativa que recientemente se ha puesto en marcha en la isla de La Palma y que fue analizada en uno de los programas de La Ventana en los que intervengo: la creación de una moneda de uso local, el ‘Drago’.

Comentó en antena uno de los autores del proyecto que una de las razones que les habían movido a la creación de esa moneda había sido el hecho de que … no corría el dinero, obviamente porque no hay.

Lo que nos retrotrae a épocas pretéritas; años en los que la escasez era la norma y en los que una moneda era mucho. Y aquí cobra toda su dimensión lo que decía quien me remitió el mail que acaban de leer: se consumen cada vez menos servicios porque son prescindibles ya que no son vitales.

Y abre la puerta a una situación en la que el trueque puede convertirse en una opción clara.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.Lacartadelabolsa